
Puede haber un conflicto entre una empresa y el gobierno. Puede haber un desacuerdo entre una empresa y un sindicato. Puede haber desinteligencias entre los poderes provinciales y el nacional. Pero si al final de la compulsa el resultado es que simplemente el tren no corre, nos cuesta entender cuales eran los intereses en juego. Ningún final de otro tren fue tan largamente anunciado como el del Gran Capitán operado por TEA, cuya crítica relación con el gobierno nacional arranca casi desde su inauguración, hace como ocho años. Llegados a la instancia actual y sin ahondar en las causas ni en su razón, que seguramente la tendrán, nos preguntamos si en la Argentina donde hay una docena de operadores ferroviarios habilitados (¡y hasta el Estado tiene su SOFSE!) era necesario llegar a la paralización del servicio, con notable perjuicio que se recarga principalmente en un solo sector: el de los usuarios que demandan el servicio, especialmente en la época veraniega que está por comenzar. Después de ocho años, El Gran Capitán vuelve a faltar, y es una realidad que no puede significar triunfo para nadie, que entristece a muchos, y que debería avergonzar a unos cuantos.