
El conocido accidente ocurrido el pasado miércoles 16 en cercanías de la estación San Miguel nos ha asaltado con terribles imágenes que se sucedieron hasta el abuso, y con comentarios superfluos, reiterados, obvios, meramente declamativos y especulativos por parte de periodistas ávidos y de gente común conmocionada. No estamos diciendo nada que alguien ya no sepa. Lo relevante es que estos accidentes no deberían ocurrir, que se deben investigar exhaustivamente las causas y determinar claramente las responsabilidades de cada caso.
Los accidentes netamente ferroviarios conmueven mucho, en parte porque no estamos acostumbrados a convivir con ellos. No son frecuentes. Las cinco invaluables vidas perdidas en las vías el miércoles 16 se multiplican dos o tres veces en cualquier día normal de nuestra vida, en las calles y rutas del país, todos los días del año, todos los años, siempre. Ya es un dato cotidiano, normal. El ferrocarril no puede permitirse sucesos como los acaecidos el miércoles 16 en San Miguel, y sus cinco víctimas fatales y decenas de heridos y familias que vieron alteradas sus vidas por el dolor, no merecen ser un simple cómputo. Y el ferrocarril no puede permitírselo porque, como modo de transporte organizado, cuenta con la posibilidad de prever y neutralizar los peligros; es un sistema que permite la incorporación de tecnologías y rituales operativos capaces de actuar de modo redundante y controlado. Por esto mismo, los accidentes ferroviarios casi siempre tienen una explicación, y casi siempre es un paso previsto que no se cumplió: un plazo de reparación desoído, un paso reglamentario omitido, un sistema de seguridad anulado o violado... la suma de muchas de estas cosas tal vez. ¿Y cómo se llega a una situación en la que varios pasos previstos para evitar una catástrofe se saltean y la catástrofe se produce? ¿Será que después de la rotunda destrucción física que sufrieron nuestros ferrocarriles, tenemos que admitir que además sufrieron una degradación moral de la que sólo se podría volver con un acto de profundo sinceramiento y autocrítica? ¿Y por dónde debería comenzar? ¿Operarios, supervisores, sindicalistas, gerentes, directores, inspectores, secretarios de transporte, ministros, gobernadores?
Los que queremos y defendemos el modo de transporte ferroviario sabemos que es el medio de transporte más seguro y eficiente en el traslado de grandes cantidades de pasajeros en la corta, media y larga distancia, y de grandes volúmenes de carga en medianas y largas distancias. Pero esto ocurre sólo cuando presenta un estado de salud físico y administrativo aceptable. Se ven reparaciones físicas, pero ¿el orgullo de ser ferroviario y la filosofía de hacer las cosas bien se está reconstruyendo también? ¿Se está trabajando en eso?
Vemos a los funcionarios que deberían controlar, reclamando que no hay controles, y eso da un poquito de miedo. Hablan del tren "nuestro" y el tren "de ellos", porque sólo reconocen bandos políticos en los asuntos que les competen y que interesan al desarrollo del país.
Y cuando ya empezaban a pasar de moda las imágenes grotescas que nos mostraba la tele en su vorágine de novedades, el tema resurgió mostrándonos otra imagen muy triste, aunque de otra índole. Aún cuando eventualmente les cupiera una responsabilidad directa en el accidente, aún cuando confiamos en la justicia y en que no serán prejuzgados, aún cuando esperamos que se considerará a su favor el apremio de tener que trabajar en condiciones y en ambientes que se fueron degradando por décadas y para una empresa que no invierte, que no educa, que no controla ni es controlada, aún cuando nos duelen las víctimas inocentes de la tragedia antes que cualquier otra cosa, nos pareció muy grosero ver a los dos conductores ferroviarios -y así les habrá parecido a sus compañeros, familiares y amigos- arreados esposados, como aquellos que deliberadamente toman un arma y atacan al prójimo, como asesinos, como violadores... Será que no entendemos nada de procedimientos judiciales, pero nos dio una impresión muy fea en la que se mezclaban las figuras de victimario y víctima con el viejo dicho de ese hilo que se corta en su sección más fina. Una observación estúpida comparada con la magnitud de la desgracia, nos dirán. Puede ser.
El ferrocarril es el medio de transporte masivo más seguro del mundo. Cuando funciona bien, no permite que alguien haga las cosas mal. Y mucho, pero mucho menos, que lo haga por costumbre.